“A más agua en movimiento, más vida”… La afirmación “Sin movimiento no hay vida” es comprensible a un nivel puramente biológico y físico.
Toda célula sanguínea sin movimiento no puede transportar oxígeno, los pulmones sin movimiento no pueden respirar, un corazón sin movimiento no puede bombear sangre, y una columna vertebral sin movimiento no puede crear el movimiento necesario para nutrir adecuadamente a las articulaciones, y estimular las vías nerviosas existentes entre las articulaciones y el cerebro.
Y, sin todo esto, carecemos del correcto funcionamiento para que nuestro cerebro y cuerpo lleven a cabo las actividades de la vida cotidiana. En otras palabras, “toda criatura en movimiento requiere de un cerebro y un sistema nervioso”
Y, ¿con qué nos encontramos día a día? Con pacientes que, atrapados en el dolor y el miedo a volver a moverse, se instalan en una situación crónica de la que, a menudo, es muy complicado salir.
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La importancia del movimiento
¿No es, pues, también comprensible la conexión inherente entre el movimiento y la vida? Sí, si reflexionamos por un instante sobre lo que sucede al involucrarnos en comportamientos saludables, como pueden ser la actividad física constante y una alimentación nutritiva a cambio de la otra alternativa: sedentarismo y alimentación menos sana.
Por una parte, una amplia investigación refleja como la circulación y la flexibilidad mejoran con el ejercicio regular brindando al cuerpo una mayor capacidad de realizar tareas físicas sin correr el riesgo de lesionarse.
Veamos todos los beneficios que implica el movimiento: la sangre circula alimentando vitalmente a los tejidos y órganos, las articulaciones y músculos se mueven más fácilmente (en lugar de estar rígidos e inmóviles), y, finalmente, nos moveremos más rápidamente y con menos esfuerzo.
Ciencia: kinesiología
Por otra parte, otros estudios de investigación recientes han reforzado el papel esencial del movimiento en nuestra propia existencia, particularmente, en cuanto a la prevención de enfermedades.
Éstos sugieren que el ejercicio regular no sólo ayuda a prevenir enfermedades cardíacas, sino que también aumenta la media de esperanza de vida tanto en pacientes sanos como en pacientes medicados por alguna afección cardíaca u otro problema. Según el estudio, el aumento de la actividad física regular y moderada redujo el riesgo de mortalidad en ambos grupos, y aún más en los pacientes medicados por afección cardíaca preexistente. Todo un ejemplo de cómo el movimiento es verdaderamente vida.
Vayamos más allá y veamos qué pasó en otro estudio cuyo objetivo era el de evaluar el estado físico general, la actividad física y los factores de riesgo de enfermedad cardiovascular. Se volvieron a evaluar estas mismas variables con gente de 15, 25 y 33 años comparándolas con las mediciones originales (línea de base).
Aunque es importante señalar que la fuerza de estas asociaciones disminuyó con el tiempo (y desapareció por completo a los 40 años), la aptitud física a los 13 años se asoció con un índice de masa corporal (IMC) y una presión arterial (sistólica y diastólica) reducidos tanto a edades tempranas como en las tres edades posteriores. Así pues, es lícito concluir que el movimiento temprano en la vida debe mantenerse si queremos continuar beneficiándonos de él.
Considerando que un IMC alto se asocia con una serie de efectos en nuestra la salud (incluida la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardíacas), y que la presión arterial alta aumenta el riesgo de ataque cardíaco y accidente cerebrovascular, las cosas están claras: mantengamos el cuerpo en movimiento y es más que probable que nos vengan cosas buenas… Además, de estar limitando las malas.
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Obstáculos: sedentarismo, dolor y kinesiofobia
En la aparición del dolor (sensación subjetiva compleja determinada por numerosas vías neuronales) influyen tanto los estímulos físicos como la experiencia previa junto a los esquemas aprendidos de respuesta ante el dolor.
Si, además, sentimos miedo al dolor, dicho miedo incrementará nuestra sensibilidad al mismo: nos referimos a la kinesofobia o aumento de la sensibilidad dolorosa de la zona en cuestión. Evitar un gesto que sabemos que nos va a doler es una respuesta lógica ante una lesión aguda, ya que evita que ésta empeore y facilita su recuperación. Sin embargo, si prolongamos esa actitud más de lo necesario, este hecho podrá afectar severamente a la recuperación funcional perpetuando el dolor y condicionándonos a importantes discapacidades.
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Movimiento y quiropráctica
¿Por qué? Porque la falta de movimiento, aunque sea para evitar el dolor, nos lleva a mantener posturas rígidas de forma mantenida que, además de, favorecer el bloqueo de nuestra movilidad y limitar la funcionalidad de un miembro/articulación, acabará repercutiendo en otras partes del cuerpo que se verán obligadas a forzar su movimiento para suplir el del miembro deficiente.
Es por todo esto, que nosotros, como quiroprácticos, acompañamos a nuestros pacientes en el camino de comprensión del dolor para concienciarlos, de manera razonable, de que pueden avanzar con una rehabilitación quiropráctica.
No olvidemos que moverse es aquello que permite que nuestros cuerpos funcionen al 100% con y en toda su delicada y maravillosa complejidad.
“La conciencia sólo es posible a través del cambio; el cambio sólo es posible a través del movimiento». Aldous Huxley.
referencias: